Biografías
La historia desconocida de José Ramón Amieva [BIOGRAFÍA]
La historia de esta familia tiene sus orígenes más próximos con Julio Amieva Puertes, quien nació hacia finales de la década de los 30 del siglo XX –recién concluida La Guerra Civil Española–, en Asturias, al norte de España. Durante los primeros años de su juventud estuvo casi cuatro años en el ejército hasta que desertó para irse a probar suerte como empleado de una fábrica en Alemania. Iba y venía a la tierra que lo parió.
Al otro lado del Océano Atlántico, específicamente en el estado de Hidalgo, en la República Mexicana, en esa misma época la mexicana Teófila Rosalba Gálvez Godínez –quien no conoció a su mamá y se crió con una tía abuela– fue enviada de vacaciones a España de donde era originario el esposo de la misma tía abuela. Llegaría a veranear con unos parientes. Y fue en ese primer viaje a Europa donde conoció a su primer amor, con quien se casó años más tarde en México: Julio Amieva.
La pareja estableció su hogar en el municipio de Mixquiahuala de Juárez, en el estado de Hidalgo, donde Julio adquirió un rancho para dedicarse a la agricultura. Por su parte, Rosalba era la encargada de administrar los locales comerciales y el restaurante ubicados en la parte baja de la casa de su propiedad, localizada en una de las colonias del centro, a un costado de la Presidencia Municipal.
NACE EL HEREDERO
Fue el 30 de agosto de 1972 cuando Julio Amieva y Rosalba Gálvez debutaron como padres. A pesar de que el matrimonio tenía afincado su hogar en Mixquiahuala, para la llegada de su primer hijo la pareja decidió viajar al entonces Distrito Federal con el fin de tener todos los servicios médicos de vanguardia para darle la bienvenida a su heredero, a quien bautizaron con el nombre de José Ramón. Tres años después llegó Cristina al árbol genealógico de los Amieva Gálvez y se colocó como la segunda descendiente de la familia.
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El estado de Hidalgo vio crecer a José Ramón quien cursó dos años en el kinder “Benito Juárez”, cuando la educación preescolar no era obligatoria. Una vez cumplidos los 6 años de edad fue inscrito por sus padres en la escuela primaria rural “Amado Nervo”. En el primer grado le costó trabajo aprender a leer; lo logró hasta segundo de primaria. Los primeros tres grados los estudió en el turno matutino y los otros tres en el turno vespertino. Eso sí, en esa primera época de su vida académica destacó su habilidad para las matemáticas y tenía facilidad para la declamación, incluso concursó en los interestatales de declamación. Cuenta la leyenda que el día que terminó la primaria José Ramón Amieva lo celebró junto con sus amigos con un chapuzón en la fuente del jardín municipal.
Durante su infancia Amieva Gálvez prefería los juegos en los que se echara a volar la imaginación por encima de los que implicaban la interacción con algún juguete electrónico. Su bicicleta color verde se convirtió en su más fiel compañera (la conserva hasta la fecha). Sin embargo, su verdadera pasión era el fútbol: la religión más venerada del mundo. Incluso, cuando él y sus amiguitos se organizaban para el balompié, estas inocentes criaturas cerraban toda la calle que dividía la casa de los Amieva con la Presidencia Municipal y, desde ahí, se emanaban los gritos de alegría y lamento tras cada ingreso de la pelota en la portería.
Cuando no estaba en la escuela era común que José Ramón acompañara a su papá al rancho, el cual se localizaba a 11 kilómetros de distancia desde su casa, y donde don Julio tenía sus sembradíos de maíz, chile y legumbres. En aquellas tierras también había borregos, conejos y alcanzaron a tener hasta 600 cabezas de ganado entre las cuales había vacas lecheras, mismas que el patriarca de la familia ordeñaba alrededor de las cinco de la mañana para llevar leche fresca para el desayuno. Más tarde la vendían en la puerta de su casa; posteriormente, en la tarde, don Julio regresaba a la segunda ordeña de las vacas con la cual hacia queso, mismo que de igual forma comercializaba la familia. En aquel rancho de los Amieva fue que José Ramón aprendió a ordeñar vacas, a inyectar a los animales y a segar. En esta familia todos sus integrantes contribuían de alguna forma en las actividades económicas así que, en estricto sentido, nunca padecieron carencias económicas.
PRIMERA BATALLA GANADA
Con las hormonas de la pubertad totalmente exacerbadas, José Ramón llegó a sus 15 años con una noticia que lo sacudió hasta el tuétano: su padre fue diagnosticado con un cáncer que inició en una ingle y después se le pasó al pulmón. Julio Amieva de inmediato viajó a Houston, en el estado de Texas, en los Estados Unidos, dónde trató su padecimiento en el Houston Medical Center. Ahí se internó por dos periodos largos de tiempo. Había que administrar los recursos por lo que estuvo sin su familia la mayor parte del tiempo.
Mientras tanto, el primogénito estudiaba la secundaria en el Estado de México, en un colegio en la colonia Lago de Guadalupe, en el municipio de Cuautitlán Izcalli, llamado Centro Escolar del Lago, dirigido por padres benedictinos quienes, a través de voto de pobreza, marcaron la vida de Amieva. Y es que en una ocasión todos los estudiantes de la escuela se cooperaron para comprarle una Caribe al director general, el padre Rafael Heller. Éste religioso al otro día vendió el coche y el dinero lo donó a un asilo de ancianos. En ese mismo lugar José Ramón estudió la preparatoria así que sólo iba los fines de semana a la casa familiar en Hidalgo. Frente a la primera llamada de la muerte de su padre, José ramón tuvo que acelerar los procesos de la madurez.
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Tras las quimioterapias y muchas cadenas de oración Julio Amieva ganó su lucha contra el cáncer –actualmente tiene 79 años de edad– y su primogénito nuevamente cambió de coordenadas. Esta vez se mudó a la Ciudad de México donde aplicó para estudiar la carrera de Derecho en la Universidad Panamericana. Y fue admitido. No obstante, previo al proceso de inscripción, decidió que no era lo mejor y optó por dejar de estudiar más de un semestre. Se fue con su papá a trabajar al campo hasta que un día una tía le preguntó “¿Tienes novia? ¿Te quieres casar? y ¿Cómo piensas mantener a la novia? ¿A tu hijos? Tienes que estudiar algo ¡y pronto!”. La tía de José Ramón no sólo lo persuadió sino que lo acompañó a inscribirse en la Licenciatura en Derecho en la Universidad del Valle de México, campus San Rafael. Desde el inicio fue todo un acontecimiento para el nuevo universitario porque la primera clase de Introducción al Estudio del Derecho fue con el profesor Palavicini Esponda, quien se presentó como nieto del constitucionalista de 1917.
EL DEBUT LABORAL
A la mitad de la carrera, alrededor de los 20 años, José Ramón empezó a trabajar en una Vocalía Ejecutiva, la cual era una figura administrativa que ya desapareció. Tiempo después, por recomendación de un amigo de la universidad, consiguió un empleo en la Lista de Raya, donde le pagaban 350 pesos a la quincena. En aquellos tiempos ese monto apenas le alcanzaba para comprarse un pantalón de mezclilla de la marca Levi’s. El primer sueldo que recibió se lo dio íntegramente a su mamá.
Amieva Gálvez se tituló vía alto rendimiento, con un promedio de 9.8. Sin duda eso contribuyó para que obtuviera una beca del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para estudiar la maestría en el Instituto Nacional de Administración Pública (INAP). Cuando entró a trabajar a la Vocal Ejecutiva –que tenía funciones de medio ambiente–, esta se transformó y se creó una comisión en dónde tuvo la oportunidad de trabajar en un proyecto junto con el BID, para la conservación de áreas verdes urbanas y dos grandes concentraciones boscosas verdes: la sierra de Santa Catarina, en la delegación Iztapalapa, y la sierra de Guadalupe, en Gustavo A. Madero. Con el compromiso de que siguiera trabajando en el gobierno de la ciudad fue que se pudo financiar la maestría. En ese trabajo ganaba 1,500 pesos. Pero en su primer empleo de estructura en la Jefatura de Unidad de lo Contencioso y Obra Pública en la Comisión de Recursos Naturales (CORENA) ganaba alrededor de 15 mil pesos mensuales.
Su primera actividad profesional en esa área fue desempolvar más de mil diarios oficiales que había en la oficina. El resultado fue la generación de una fuerte alergia al polvo. Los primeros meses a José Ramón lo mandaban por la papelería hasta que comenzó a realizar sus primeros oficios. Le gustaba hacer resoluciones y proyectos de decretos pero, como no tenía escritorio, esperaba a que alguien desocupara alguno para poder utilizarlo.
LA FAMILIA PROPIA
A los 25 años de edad José Ramón se despidió de la soltería. Se casó con Nelly, una joven oriunda de Hidalgo y a quien había conocido cuando ella tenía 15 años y él 16. Desde entonces mantenían una relación de amistad que se tradujo en noviazgo y culminó en boda cuando Amieva estaba al frente de la Jefatura de Unidad de lo Contencioso y Obra Pública.
Poco después de su primer año de casados llegó al mundo su único hijo, le pusieron como el abuelo paterno: Julio. Nació por cesárea el 11 de noviembre de 1998. Era la primera vez que José Ramón entraba a un quirófano y, en cuanto veía que pasaba una manguerita con sangre, sentía que se desmayaba. Previamente de que llevaran a su descendiente al cunero José Ramón se cercioró de que le pusieran una pulserita de cuadritos con su nombre y apellidos. Se cercioró una y otra vez. No quería que se repitiera la escena de cuando él nació y lo cambiaron por otro bebé hasta que don Julio se percató y de inmediato recuperó a su hijo.
Luego de alrededor de dos décadas de matrimonio Nelly y José Ramón cerraron el ciclo de su matrimonio. Su hijo Julio se quedó a vivir con su mamá. Tras casi una década separados finalmente firmaron el divorcio en junio de 2016.
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DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS
Desde el origen de los tiempos José Ramón es asiduo al pecado de la gula. Mucho tiene que ver con el restaurante que tenía su mamá, así como a la afición por cocinar de su papá. A pregunta expresa sobre la Lujuria, Amieva Gálvez, en entrevista con Cuna de Grillos, explicó: “La lujuria expresada como deseo es únicamente en el tema del ser humano. Por ahí nos dicen que la evolución del hombre precisamente se debe al deseo. Sobresalimos de otras especies, porque no solamente nos reproducimos por instinto sino por amor”.
Pero no sólo de amor vive José Ramón. Uno de sus motores de vida es la lectura. Específicamente la novela política. Mas que los tres libros que lo han marcado destacan los libros que le están haciendo falta por leer: “El Jefe de la banda”, de Elías Romero Apis y “La recopilación jurídica y política”, de Norbeto Bobbio, el cual se lo regaló el doctor David Vega Vera, el Auditor Superior de la Ciudad de México.
Dentro de los objetos que lo rodean en su oficina de Secretario de Desarrollo Social de la Ciudad de México se encuentra una colección de fonógrafos, un termómetro de galileo, relojes de mesa, radios de bulbos, artículos de oficina antiguos y tinteros. “Todo momento pasado es el mejor –dice Amieva Gálvez antes de finalizar la entrevista– porque tenemos una memoria selectiva. Entonces siempre te quedas con los temas más favorables de tu pasado, pero yo siempre digo que hay que recordar los tiempos pasados cuando significaron alegría y te dieron algún tipo de satisfacción. Y también cuando no”.