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Carlos por la pluma de Navarrete [BIOGRAFÍA]
Esta no es una historia de política. Es una historia de vida de Carlos Navarrete Ruiz, quien hoy renunció a su cargo como presidente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Navarrete Ruiz en su autobiografía Carlos Navarrete de Frente (Editorial Temas de Hoy, 2011), narra los detalles de la vida de un hombre que desde la pobreza consiguió convertirse en uno de los políticos más influyentes del partido del sol azteca.
Un padre ausente
“Nací el 26 de septiembre de 1958 en Salvatierra, un pequeño municipio del Bajío guanajuatense. Crecí en la más completa pobreza de una familia que aún ahora encarna el drama de quienes abandonan el campo y el arado con la esperanza de instalarse en las ciudades”.
Cuando Carlos apenas era un niño de tres años la muerte estuvo cerca de él. Un pequeño relato enmarca el momento en el que la vida del hoy dirigente del CEN del PRD pudo haber termiando.
“Todavía vivíamos en El Ranchito y mi madre fue a lavar la ropa al canal que atraviesa Salvatierra. Yo la acompañé porque a los tres años uno quiere estar en todo. Cuando caminábamos por la orilla del canal, mi madre me soltó para acomodarse la cubeta que traía en la cabeza. Al quererme agarrar otra vez, se dio cuenta que había caído en el canal. Se lanzó al agua y alcanzó a levantarme de los brazos y salvarme. Por supuesto, lloramos”.
El político perredista vivió en carne propia los sin sabores de las relaciones familiares: un abuelo – de nombre Basilio Ruiz Mejía– que fue golpeado y maltratado por su propia madre, el mismo Basilio huyó de casa con la esperanza de encontrar una mejor calidad de vida para él y los suyos pero no lo logró; un padre que, como se acostumbraba en algunos hombres de la época, además de tener a su esposa tenía a “la otra” que, en este caso, era Consuelo Ruiz Luna, la madre de Carlos.
“Jesús Navarrete es un fantasma para mí. Haber tenido que elegir entre su esposa y mi madre lo orilló a ausentarse siempre. Sé que quiso compensar la lejanía con algo de dinero y visitas esporádicas. Mi padre fue un desconocido que aprendí a reconocer a través de las historias que me contaron otros”.
En esas visitas esporádicas del señor Navarrete a la casa de Consuelo Ruiz se seguía aumentando la descendencia. Carlos es el tercero de cinco hermanos: Consuelo, Arturo, María Elena y Carolina. Conforme su padre cambiaba de trabajo y de lugar de residencia, Consuelo se mudaba con sus hijos para estar cerca del que siempre sería su amor prohibido. Estuvieron en varios sitios hasta que se asentaron en una vecindad en la calle de Granaditas, en Celaya, en el estado de Guanajuato.
“En un cuarto que no pasaba de los 18 metros cuadrados nos repartíamos: en una cama dormía mi madre con María Elena y Carolina la menor. En otra, mi hermano Arturo y yo. Yo supuse que así era la vida en todas partes: un lugar pequeño por dentro y muy grande por fuera”.
El arribo del amor
El primer acercamiento de Carlos Navarrete al mundo laboral fue una idea que, como consecuencia de sus obligaciones en casa, se le ocurrió para poder ganarse unos centavos que gastaría en el recreo de la escuela. Su madre lo mandaba todos los días al mercado por la comida y en una ocasión le ayudó a una señora a cargar su canasta y recibió su primera propina. A partir de ese día, se dispuso a ayudar a toda la que se dejara y se ganaba entre 10 y 50 centavos diarios.
Tiempo después, a los 11 años, comenzó a trabajar en la panadería La Esperanza como ayudante así como vendedor de pan en triciclo. Luego, mientras continuaba con sus estudios, fue ayudante de un zapatero, vendedor de petates, bolero, vendedor de periódicos y cobrador de autobuses. Conforme fue creciendo tuvo la oportunidad de trabajar en la tesorería del estado, en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y en la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
Carlos estudió en la preparatoria en la Escuela de Nivel Medio Superior de Celaya, que estaba ubicada en la esquina de las calles Manuel Doblado y Abasolo. Fue durante esa etapa cuando conoció a la que sería su esposa, su compañera en sus inicios en la política y madre de tres hijos.
“Un día, en un pasillo de la prepa, vi pasar a tres chicas y aunque solo las miré de espaldas, una de ellas me impresionó. Era la dueña de las piernas más hermosas que había visto. Víctor un amigo, fue quien me dijo que se llamaba Rosa María Barajas Valencia”.
Ese amigo fue quien presentó a Carlos con María, una joven de 15 años, originaria de Acámbaro que vivía con su hermana en el centro de Celaya. Tres años más tarde los novios se convirtieron en esposos.
En 1976, un año después de haberse incorporado al Partido Socialista de los Trabajadores, Carlos habló con Rosa María y le dio a elegir entre dos caminos, la decisión de ella sería determinante en la vida personal y profesional de su pareja.
“Tengo vocación política, ese es mi gusto y mi convicción, pero tenemos que decidir qué va a ser de nuestras vidas. Le plantee los dos caminos: El primero que ella terminara la carrera de enfermería, yo seguiría trabajando en la SHCP, compraríamos un departamento, esperaríamos los hijos, compraríamos un carrito en abonos y nos jubilaríamos en 30 años. El segundo fue que yo me fuera por la militancia política sin saber a dónde nos llevaría. Ella me escuchó y me dijo: ‘Yo creo que hay que hacerle caso a nuestro corazón y a nuestra consciencia, contra todo y contra todos. Ya sabes que te amo y cuentas conmigo. Esa es mi decisión: estar juntos y caminar la vida, aunque no sepamos para dónde nos lleve’”.
La pareja se casó en abril de 1977 en medio de una modesta recepción en Celaya. Se fueron de luna de miel a Puerto Vallarta. Al tiempo de casados tuvieron a sus tres hijos, Víctor Hugo, Eréndira y Carlos Alberto.
Se asoma la infidelidad
Como si hubiese querido seguir los pasos de su padre, durante sus constantes viajes al Distrito Federal como parte de su actividad política entre 1991 y 1997, Carlos tuvo dos relaciones sentimentales fuera del matrimonio de las cuáles nacieron otros dos hijos: Sergio y Sebastián, a quienes mantuvo ocultos hasta que un día, una llamada telefónica reveló la verdad a su esposa Rosa María.
“Un día debía contárselo y ese día había llegado. De toda mi vida personal esos fueron los momentos más difíciles que he pasado. Mi esposa, evidentemente con un enorme dolor y una gran indignación me dijo que tenía que informárselo a mis hijos. Sentí que mi familia se desmoronaba, pero creí necesario enfrentar las consecuencias y darles a Sergio y Sebastián el derecho de ser plenamente conocidos”.
Con el tiempo, su esposa perdonó la infidelidad y le ayudó a integrar a los medios hermanos. Carlos, se hizo cargo de la manutención de todos y se dedicó a salvar su matrimonio.
No fue coincidencia que las lágrimas por la muerte de su madre lo hicieran recapitular su vida con su padre. Pues a pesar de ser la amante, el amor que Consuelo Ruiz mantuvo por Jesús Navarrete, marcó la vida de Carlos. Aunque pareciera extraño, el amor de ella la llevó a seguirlo hasta el día de su muerte.
Adiós papá, adiós mamá
En agosto de 1976 Carlos recibió una llamada de su prima, quien le informaba que el padre de él estaba muy grave y que temían por su muerte. Tras decirle a su madre lo que pasaba, decidió ir a buscarlo a San Miguel de Allende, y con temor de encontrarse con sus medios hermanos, se apersonó en la puerta de la otra familia Navarrete, la oficial. Luis, uno de los otros hijos de Jesús fue quien recibió a Carlos y quien le ayudó no sólo a ver a su padre sino que también, cuando su padre murió una semana después de que Carlos lo visitara, fue quien consiguió que Consuelo pudiese despedirse del que había sido su amor, sin crear un escándalo entre ambas familias.
Cuando Carlos tenía 37 años –en febrero de 1993–, recibió una de las noticas más dolorosas de su vida. La madre a la que tanto amo y admiró, tras la complicación de una cirugía de vesícula y una pancreatitis fulminante, se despidió de este mundo. Esa noticia conmocionó a Carlos desde sus cimientos. Comenzó a llorar y, en ese momento, fue cuando recordó que el día que su progenitor murió, no derramó una sola lágrima por aquel fantasma que a veces aparecía en su vida bajo el nombre de padre.
En los años venideros la vida de Carlos Navarrete Ruiz siguió un camino de batallas, éxitos y derrotas en la política como diputado local y federal de Guanajuato. Al fundarse el Partido Mexicano Socialista fue designado secretario general en Guanajuato. Fue fundador del PRD, ha sido senador y coordinador del Grupo Parlamentario de los de izquierda, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, presidente del Instituto Belisario Domínguez y presidente nacional del Partido de la Revolución Democrática hasta el día de hoy que su renuncia fue aceptada. Claro que durante ese trayecto hay una largo camino de experiencias, pero esa será seguramente otra historia menos personal, menos del corazón y más del hígado.