Biografías
El retrato más íntimo de Julio Scherer [PERFIL]
Cuando apenas tenía dos años de edad Julio Scherer García tuvo su primer acercamiento con el periodismo. Su papá, don Pablo Scherer, dejó olvidado un ejemplar del periódico El Nacional cerca del lugar donde el bebé jugaba y, en un descuido de su mamá, Paz García, el niño tomó el diario y lo hizo trizas. Gritaba de emoción mientras destrozaba y zarandeaba los pedazos de papel. En cuanto el pequeño se cansó de las hojas, llevó sus pequeñas manos a la boca para probar el sabor de la tinta. Dos décadas después, esa sustancia se convertiría en la sangre que por más de 50 años corrió por sus venas.
Un niño sanangelino
El alumbramiento de Julio Scherer García sucedió el 7 de abril de 1926 en la ciudad de México fruto del matrimonio de Paz García Gómez (una guanajuatense hija del connotado jurista Julio García, quien había sido presidente de la Suprema Corte de Justicia de Guanajuato) y Pablo Scherer y Scherer (un alemán inmigrante que llegó a México a los 18 años huyendo de la Primera Guerra Mundial).
El menor de los Scherer García (sus dos hermanos mayores se llamaban Hugo y Paz) fue inscrito en el Colegio Alemán donde cursó la primaria. Su familia gozaba de una buena situación económica debido a que don Pablo era propietario de tres casas de bolsa.
Sus primeros años, Julio los pasó en la casa marcada con el número 11 de la Plaza San Jacinto, en San Ángel (donde se encuentra el “Bazar del sábado”). Doña Paz se encargaba de los asuntos de hogar y el cuidado de sus tres hijos. Cuando Julio cumplió 12 años ingresó a la secundaria y tres años después a la preparatoria en el colegio jesuita Bachilleratos, que luego se convertiría en el Instituto Patria.
Amor prohibido
Con el entusiasmo característico de los 18 años, Julio se matriculó en la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad Nacional. Quería estudiar leyes para ser abogado. Fue precisamente en esa escuela donde conoció a Susana Ibarra Puga, una atractiva muchacha que estudiaba Filosofía y tenía todo para ser la mujer perfecta: culta, inteligente, con valores y de buena familia. Demasiado bueno para ser verdad. Susana estaba comprometida en matrimonio con otro hombre.
Julio, como todo un caballero, se mantuvo al margen de la relación y se conformó con la amistad de la joven. Pero esa distancia se desvaneció poco a poco. El destino les tenía reservado un inevitable noviazgo. Así que Susana terminó su compromiso y sucumbió a los encantos de un hombre que, de entre todas sus cualidades, destacaba la manera tan respetuosa y galante de tratar a su princesa.
El entusiasmo de Julio por la abogacía de pronto encontró otro cause y abandonó la carrera en el tercer semestre para incursionar de lleno en el periodismo. En 1974 cruzó por primera vez –impecablemente vestido de traje y corbata– la puerta de Excélsior… y se inició como mandadero. En los años 50 ya se estaba abriendo camino como reportero. En los dos trabajos ahorro todo su sueldo para materializar su más grande sueño: llevar a su novia al altar.
En el nombre del Padre
Las campanas nupciales no se hicieron esperar. Susana, de 26 años, y Julio, de 28, contrajeron nupcias en la iglesia de San Francisco, en la ciudad de México. Después de la luna de miel en Tlacotalpan, Veracruz, los recién casados se fueron a vivir a un departamento muy pequeño en la calle de Estocolmo, en la Zona Rosa. La familia creció a cinco integrantes y como ya no cabían tuvieron que mudarse a la calle de Hamburgo, a una privada de seis casas.
A principios de los años 60 Julio ya era uno de los grandes reporteros del “periódico de la vida nacional”. Y los Scherer Ibarra seguían multiplicándose, así que tuvieron que cambiarse a una casa más grande en la calle de Río Marne, en la colonia Cuauhtémoc. Fue en ese nuevo hogar donde nacieron Gabriela, Julio, Adriana, Susana y Pedro.
El encanto de las rotativas
En 1968 Julio Scherer García ocupó la silla de director general de Excélsior. Rondaba los 42 años de edad y ya había documentado con entrevistas, crónicas y reportajes los sucesos nacionales e internacionales más importantes de su tiempo. Entrevistó a Fidel Castro, Ernesto Guevara, Salvador Allende, John F. Kennedy, Pablo Picasso, Mao Tse-Tung y Lázaro Cárdenas del Río entre muchos otros de los grandes personajes de la historia.
Bajo su dirección, el “Excélsior de Scherer” pasó de ser un medio complaciente con el gobierno, a un periódico liberar que convocó a las mejores plumas de país –entre ellas Octavio Paz– para comenzar una nueva forma de hacer periodismo en México. Su trabajo no tardó en rendir frutos en el plano familiar. Adquirió, en parte por sus ahorros y en parte por la venta de una casa que le heredó a Susana su madre, la casa ubicada en el 1722 de la calle Gabriel Mancera, en la colonia del Valle, en la Ciudad de México.
En esa grande y helada casona Julio recibió dos buenas noticias: la llegada de María, la número nueve de sus hijos (leer carta de María a su padre), y que Excélsior había sido reconocido como uno de los periódicos más prestigiados de Latinoamérica.
Golpe bajo
Julio Scherer estaba en la cresta de la ola. Demasiado peligroso para el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez. Así que el 8 de Julio de 1976, el gobierno federal orquestó y financió un golpe de estado en el interior de Excélsior por el cual Scherer García fue obligado a dejar la dirección del periódico. Pero no salió solo: sus más fieles colaboradores y amigos lo siguieron.
Ese fatídico día Julio llegó a su casa muy tarde, con una tristeza jamás vista. No dijo nada a los suyos que lo aguardaban despiertos, sentados en la sala. Después de un silencio sepulcral todos se fueron a dormir. Al día siguiente su esposa Susana hizo varias llamadas. No se podía quedar con los brazos cruzados frente a esta situación, tenía que ayudar a su marido, así que inicio la búsqueda de trabajo.
Pero Scherer, lejos de sentirse derrotado por “el golpe” de Excélsior, se fortaleció. Y cuatro meses después, precisamente el 6 de noviembre, el brazo de reporteros y colaboradores se puso a vender el primer ejemplar de la revista Proceso, que documentó semanalmente los abusos, represiones, corruptelas y crímenes cometidos desde las estructuras del poder. La “décima hija” de Scherer se convirtió en el punto de referencia del periodismo de investigación sin concesiones.
El otro golpe
El 11 de junio de 1989 falleció Susana. Nunca antes se le había visto a Scherer llorar como ese día. Su esposa. Su musa. Su diosa. Su alma gemela. Su primer y único gran amor había cerrado los ojos para siempre tras afrontar, con admirable entereza, una cruenta batalla contra el cáncer. Durante los dos años que duró su enfermedad, Julio vivió con Susana y para Susana cada día y cada instante. No tuvo más prioridades que el bienestar de la mujer con la que estuvo a su lado por más de medio siglo.
Mas Julio no se quedó solo. Después de la pérdida de su mujer, todos sus hijos lo ayudaron a sobrellevar el duelo. Poco a poco el maestro se fue levantando, y consciente de que nada le daría más gusto a Susana que verlo vivir intensamente, se volcó de lleno frente a las teclas de su máquina de escribir Remington para crear cuartillas perfectas que se convertirían el libros. Recobró el gusto por lo chocolates, las galletas y los pasteles. Y volvió a desbordarse, frente al televisor, con los partidos de los Yankees de Nueva York.
Scherer volvió a nacer. El de antes jamás hubiera permitido una celebración de su cumpleaños. En cambio, el de ahora, dejó que sus hijos le organizaran una reunión con toda la familia en Acapulco, para festejarle sus 80 años (en 2006). Eso sí, con varias condiciones: sin pastel ni mañanitas ni regalos ni fotos.
Y es que en esto don Julio no cedía. Aborrecía cualquier tipo de fiesta que tuviera que ver con su persona. Tenía fobia al protagonismo. Era una de sus principales características. Y también, desde siempre, la manera en que fue feliz.